David
Brooks/ La Jornada
Mujeres
semidesnudas en Times Square y el hackeo y divulgación de más de 30 millones de
cuentas de clientes de un sitio dedicado a facilitar la infidelidad han ocupado
las primeras planas de los periódicos y noticieros –y por supuesto el espacio
cibernético– en los últimos días, detonando un nuevo capítulo de un viejo libro
sobre el sexo y la “moralidad” en este país aún sorprendentemente puritano
(bueno, en público).
Estos asuntos
han captado igual o mayor atención que guerras, casos de corrupción oficial,
crisis migratorias, balaceras, pugnas electorales, el desempleo, el hambre, el
cambio climático y otros temas aparentemente menos importantes. El tema del
sexo es rey en un país tan puro y fiel.
Un pequeño
grupo de mujeres semidesnudas que pasea por Times Square con los senos
expuestos, pero pintados, que ofrecen tomarse la foto con turistas a cambio de
una contribución, ha provocado más alarma oficial y mediática que la merecida
por una amenaza terrorista o el brote de alguna enfermedad peligrosa. De hecho,
el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, anunció la formación de una
comisión multiagencia encabezada nada menos que por el comisionado de policía, William
Bratton, y varios jefes de dependencias gubernamentales para enfrentar esta
amenaza al público.
El otro
escándalo que ha ocupado la atención nacional es el hackeo de Ashley Madison,
un sitio que ofrecía el servicio de facilitar actividades extramaritales, o
sea, affairs. “La vida es breve. Ten un affaire” era el lema del sitio, del
cual los hackers divulgaron detalles de más de 33 millones de cuentas de
usuarios de todo el mundo, con nombres y preferencias sexuales. Aparentemente
hay varias cuentas de militares y políticos estadunidenses e ingleses, entre
otros. Todo ha generado debates sobre la privacidad, los posibles delitos, la
condición del matrimonio en nuestros tiempos y, obvio, condenas morales por la
existencia y uso de tal sitio (mientras todos buscan si aparecen sus parejas en
las listas).
Mientras políticos, medios, analistas y gente muy seria aborda estos sucesos, hay otras cosas que aparentemente no provocan tal reacción y condena moral.
Por ejemplo, el
gobierno de Barack Obama batalla en los tribunales para continuar
encarcelando a cientos de niños y madres migrantes en centros de detención. El
viernes pasado una juez ordenó la pronta liberación de estos reos del sistema
migratorio, pero el gobierno de Obama se ha opuesto, a pesar de que el fallo
estipula que esta práctica viola un acuerdo legal y que organizaciones de
defensa de migrantes han denunciado condiciones deplorables y un cruel limbo
legal impuesto a madres y menores de edad que escapan de la violencia y la
miseria en sus países.
Algunos preguntan cuál es la gran diferencia, en los hechos, entre las acciones de Obama –el presidente que ha marcado récord en deportaciones y que ahora enjaula a inocentes– y Donald Trump con su retórica antimigrante que ya ha motivado actos violentos contra latinos en este país.
A la vez,
continúa la concentración de la riqueza; según algunos cálculos, el 3 por
ciento de los hogares más prósperos controla más de la mitad de la riqueza
privada nacional, reporta el analista Chuck Collins, del Instituto de
Estudios Políticos.
En tanto, se intensifica la guerra contra las mujeres por la ultraderecha que activamente ataca a Planned Parenthood, organización nacional de servicios de salud reproductiva, entre los cuales está el aborto. Miles de rabiosos activistas antiaborto, en nombre de su dios, protestaron frente a las sedes de esta organización el pasado viernes, parte de la campaña supuestamente religiosa contra el derecho al aborto, algo nutrido ahora por las posiciones extremistas de los candidatos republicanos a la presidencia que buscan, literalmente (como denunció la senadora federalElizabeth Warren), regresar a las mujeres a los años 50.
Y más allá de
las luces y las semidesnudas de Times Square, hay una cifra récord de personas
–miles de familias incluidas– sin techo en la ciudad más rica del mundo.
Mientras, se celebra el décimo aniversario de la destrucción de Nueva Orleans por el huracán Katrina (el desplazamiento de más de 400 mil personas, la muerte de decenas, el éxodo forzado de miles más), herida abierta que mostró al mundo el crimen político, social y ecológico, y el cinismo y corrupción contra una población pobre en el país más rico del mundo.
Y parece que no
pasa una semana sin que policías maten a jóvenes afroestadunidenses desarmados.
Y se registran
índices alarmantes –algunos sin precedente en décadas– de homicidios y
balaceras en ciudades como Chicago y Baltimore, en un país donde hay
aproximadamente 300 millones de armas de fuego en manos privadas (equivalentes
a una por cada estadunidense).
Y el gobierno
de este país sigue matando a civiles –niños incluidos– en guerras a control
remoto en varias partes del planeta.
Pero ninguna de
estas cuestiones se considera moralmente reprobable. Ni genera tanto debate
furioso, ni provoca la necesidad de establecer fuerzas de trabajo de emergencia
en los más altos niveles del gobierno. Estas son las verdaderas obscenidades.