Jesús
Susarrey Osuna
Más
allá del reposicionamiento de liderazgos, de grupos políticos y de las
estrategias partidistas en su lucha por el poder, la necesaria consolidación
del sistema de partidos como instrumentos de intermediación política es un tema
relevante que subyace en el remplazo de las dirigencias de los mayoritarios
partidos PAN-PRI-PRD.
La
vertebración y robustecimiento de los partidos como instituciones de la
democracia representativa es uno de los pendientes de la transición que puso
fin a la etapa del sistema de partido hegemónico. Mientras que carezcan de
estructuras sólidas y democráticas, será difícil traducir el emergente
pluralismo en gobernabilidad y cumplir las expectativas ciudadanas
advirtieron los expertos.
La
historia es conocida. Se inicia el desmantelamiento del presidencialismo
autoritario pero no se deposita el poder en la ciudadanía para que fuera
ejercido por medio de representantes elegidos a través de los partidos, lo
retuvo la partidocracia que en la práctica controla candidaturas, a los poderes
públicos y dicta las reglas del juego.
Del rechazo electoral
al desprecio como instituciones representativas
Sin
duda hay razón en la crítica, el escepticismo y la inconformidad con los
partidos políticos. Que su rechazo se exprese en las urnas, es motivo de
celebración. Tratar de articular su defensa es imposible, su irresponsabilidad
es evidente. Sin embargo, es paradójico que siendo mecanismos de la democracia
representativa y que el principio liberal prescribe gobernar a través de
instituciones, los partidos sean despreciados e incluso haya quienes solicitan
su desaparición y alimenten la fantasía del gobierno directo.
Se
ignora que el rechazo por el deficiente desempeño, los obliga a modernizarse y
democratizarse para elevar su nivel de competitividad política. Hemos dicho
anteriormente que las candidaturas independientes no solo amplían derechos
políticos ciudadanos, fortalecen la competencia electoral y deben
estimularse.
Pero
la descripción de los despropósitos de partidos no debe alimentar opiniones
parciales ni prestarse a maniqueísmos. Hay algo que abonar a nuestro inacabado
arreglo democrático. La soberanía del voto finalmente se estableció y tiene
centralidad. Desde luego que el mayor mérito es de la ciudadanía. Las
alternancias están presentes ya en prácticamente todo el territorio nacional y
cada tres años desaparecen fuerzas políticas por no cumplir las
expectativas. Las asambleas legislativas son plurales y las elecciones
competidas y vigiladas por la ciudadanía.
El
PRI después de su etapa de partido hegemónico tuvo que aprender y adaptarse a
ser uno más, eficientar sus procedimientos para promover la unidad de su
militancia y mejorar su oferta política para regresar a la Presidencia, lo hizo
también en Sonora para recuperar la gubernatura. Lo mismo puede decirse del PAN
en Querétaro o del PRD en Michoacán. Los triunfos de MORENA, el ascenso de MC y
de los candidatos independientes nutren al pluralismo.
El caudillismo, el
voluntarismo y la tecnocracia, los verdaderos enemigos
Desde
luego que los signos no diagnostican normalidad democrática y menos un sistema
de partidos consolidado. Pero muestran una ruta insoslayable para los que
desean robustecerse y los yerros que conducen a la debacle. Tampoco insinuamos
que los partidos y sus dirigencias aprendieron del todo la lección y que
investidos de una férrea convicción democrática luchan todos afanosamente por
reivindicarla.
Despersonalicemos.
Entre los verdaderos obstáculos y enemigos de los partidos destacan; el
“caudillismo” que se coloca por encima de la institución para corregir su
programa y ordenar su acción mediante la convocatoria personal. Convencido de
su capacidad para interpretar la voluntad de su militancia y de la ciudadanía,
antepone su visión al proyecto partidista; el “voluntarismo” que considera que
la voluntad es suficiente para instrumentar su programa y que puede
sobreponerse a los límites que impone la realidad.
De
esas pulsiones provienen el populismo y la demagogia que en el fondo muestran
desprecio por las instituciones representativas. La pretensión de controlar al
PAN desde el gobierno, un partido que nace enarbolando las banderas
democráticas frente a los excesos del poder, fue una imprudencia que lo
dividió. Otra de las víctimas más afectadas ha sido el PRD, hoy día la
militancia del primero está concentrada en su cohesión y en su rescate la del
segundo.
La
tecnocracia es otro enemigo, pretende “descontaminar” de la política la toma de
decisiones gubernamentales y considera innecesaria la comunicación con la
sociedad y la búsqueda de los consensos necesarios. Impuso al PAN y al
PRI su programa y pretendió ignorar al PRD.
El
arribo de una nueva dirigencia priista, liderada por un militante de
incuestionable capacidad y arraigo puede garantizarles la facultad de conducir
sus procesos internos y la deliberación de sus decisiones fundamentales, en
lugar de acatarlas con la cabeza inclinada. En un contexto que exige abrir los
partidos a la sociedad y reivindicar la meritocracia para cohesionar a su
militancia, lo contrario hubiese sido una insensatez.
El
catálogo de amenazas es extenso, conjurarlas para restablecer una verdadera
intermediación política será tarea de las nuevas dirigencias. Lo dijo ya uno de
los futuros dirigentes. “México requiere instituciones fuertes no héroes”. La
ciudadanía, buenos resultados de la política y de gobierno.