Por Jesús Susarrey
Cierto que nuestra
democracia está aún lejos de estar consolidada pero es paradójico que en la
medida en que se avanza, surgen también despropósitos que generan la sensación
de retroceso. En la ruta de la impostergable modernización del sistema de
partidos se perciben algunos de ellos.
Es innegable que hoy, con
todo e imperfecciones, el sistema electoral permite que la ciudadanía a
través del voto decida en quienes deposita los poderes públicos. Puede alternar
partidos – en Sonora llevamos dos- e incluso elegir a candidatos no postulados
por ellos o crear o apoyar nuevas opciones. La libertad de expresión es
cada vez más robusta y la ineptitud e improbidad pueden ser exhibidos
públicamente con relativa facilidad. Soberanía y pluralismo son
simplemente una realidad.
Es incuestionable que esas
libertades políticas se han afirmado, pero es de todos conocido que mientras no
se avance en la democratización interna y la cohesión de los partidos, los
canales de acceso al poder seguirán siendo disfuncionales. Sin embargo, el
imperativo y la urgencia no parece comprenderse del todo y por todos.
El antipartidismo. Simplismos y generalizaciones
sobre el pasado
Los argumentos “ad
hominem”, - contra el hombre- aquellos que intentan desacreditar y descalificar
a la persona para invalidar sus afirmaciones, están en la orden del día .Nada
de análisis ni contraargumentos, nada de diálogo político. Lapidar la imagen denostando
con simplismos y generalizaciones sobre antiguas militancias y trayectorias
políticas es la tarea.
Se comprende el
escepticismo hacia el PRI y el temor a la ya improbable restauración del
sistema de partido hegemónico, lo incomprensible es que sin argumentos y con
falacias se afirme que la presidencia del diputadoManlio Fabio Beltrones tiene
esa misión y que su oferta es engañosa. Con un reduccionismo ramplón se
extraen diversos sucesos y etapas de su biografía para desacreditar su
programa sin analizar su razonabilidad y se rehúye al necesario diálogo
político.
Su propuesta de modernizar
y abrir su partido a la sociedad y del diálogo plural para traducir la política
en buen gobierno no merecen consideración y debate. Simplemente se descartan
por venir de la trinchera del nuevo dirigente. Para esa inventada sabiduría, es
irrelevante que se proponga transparentar el patrimonio de sus candidatos, los
procedimientos de consulta hasta nivel municipal y traducir las reformas
constitucionales en beneficios concretos.
Vale precisar que no se
sugiere que el liderazgo y los propósitos del dirigente sean incuestionables o
que garanticen modernización, ello dependerá de su desempeño. El problema es
que las descalificaciones, no aportan a la urgente deliberación pública y
evidencia que aún hay quienes aceptan el pluralismo político siempre y cuando
no implique responsabilidad por lo que se dice y abone a su causa El sinsentido
se magnifica porque electoralmente es el partido mayoritario. La postura tiene
tintes de intolerancia y mesianismo, equivale a considerar que la militancia y
simpatizantes priistas no tienen la capacidad para discernir sus conveniencias
políticas.
El caso del PAN y del PRD
es similar, en contextos diferentes desde luego. A Ricardo Anaya se
le descalifica por su pasado maderista y por el insólito “inconveniente” de
cohabitar con consejeros y gobiernos heredados de la ex dirigencia. Poco
importan sus propuestas para recuperar “el alma” de su partido, su trayectoria
las invalida. De nada sirve su discurso reivindicador de la tradición
democrática, en la óptica de sus críticos su trayectoria indica que el
continuismo maderista es el destino.
El PRD aún no define su
dirigencia y las descalificaciones a sus posibles liderazgos ya están
presentes. Ningún grupo ni propuesta programática y política son dignas de
crédito. Los errores pasados no merecen rectificación, menos el perdón, no hay
construcción posible. El dilema perredista no termina de resolverse.
La misión purificadora del antipartidismo
La paradoja es que ahora
que se ha asentado la competitividad partidista y que sus dirigencias pretenden
modernizar sus procesos y estructuras para responder a la exigencia
ciudadana, haya quienes pretendan obstruirlas con un ánimo “purificador”,
a veces ajeno a las militancias y anclado en el pasado, que no llama a corregir
rumbos sino a neutralizar liderazgos. Limpiar impurezas del pasado e iniciar la
democratización sobre una hoja en blanco describe su idealismo.
Hay mucho de ingenuidad en
el despropósito. Olvida que en la pluralidad democrática, quien aspira al poder
tiene que saber convocarlo y para obtenerlo tiene que negociar, convencer y
asumir compromiso, es el mérito de los nuevos liderazgos. Para lograrlo se
alejaron del discurso del demagogo que trata de conmover y de la
antiinstitucionalidad del caudillo que se pone por encima de la militancia.
Capacidad de negociación y representatividad política fueron los ingredientes.
Lo cierto es que su convocatoria fue exitosa y que la pulsión purificadora no
tiene buen pronóstico.
Si Adolfo Suarez convocó
a todas las fuerzas políticas españolas a pensar en el mañana y escribir
conjuntamente un futuro compartido, quizá sea útil para algunos activistas
reflexionar sobre la conveniencia de dejar de poner la vista en el pasado.
El apoyo y la exigencia a
las nuevas dirigencias para que cumplan sus promesas de modernización, no sólo
fortalecerían el sistema de partidos, tal vez eviten en el futuro próximo la
instalación de una nueva forma de poder irresponsable o autoritario con máscara
de democrático.