Edgar
Ávila / El Universal
Doña
Bertha y su nieto, de 13 años, pasan el día y la noche a la luz de las
velas. Su humilde morada carece de energía eléctrica y del servicio de agua
potable, aún así, la mujer no flaquea.
La
anciana, de 81 años de edad, con todo y sus dolencias de rodilla y la colitis
que no la deja ni respirar, recorre las calles de la colonia El Dorado de la
ciudad de Córdoba, Veracruz, en busca de fierro viejo que vender.
Y
lo hace a diario porque su nieto Fortino quiere dejar la escuela y
trabajar como “cerillo” en un centro comercial, pero ella se ha opuesto
rotundamente: “Ahorita quien no estudia no hace nada”, afirma tajante.
Con
menos de 50 pesos al día que consigue de la venta de la chatarra, Bertha logra
preparar sopa, café con leche y frijoles para desayunar, comer y cenar, lo que
le hace estar orgullosa de ella misma.
“Yo
salgo a buscar, yo no me dejo; como sea, tenemos que salir adelante”, dice con
firmeza, con una fuerza que la hace ver más joven.
Jamás
se ha dado por vencida, ni siquiera cuando fue expulsada, junto con su nieto,
de terrenos de la antigua empresa de ferrocarriles y que le obligaron a
construir su actual vivienda.
Las
necesidades alimenticias, por el momento, no le quitan el sueño a la
octagenaria; su principal preocupación es cómo va costear los gastos de
inscripción, compra de útiles escolares y uniformes de Fortino.
En
la telesecundaria 21 de Mayo le piden cubra una cuota de 400 pesos por
inscripción, más una lista de útiles escolares que se estima superan los 500
pesos, la cual tiene que presentar el próximo 24 de agosto.
Y
para colmo, Bertha no ha recibido el apoyo bimestral que tenía por parte del
programa de pensión para adultos mayores de la Secretaría de Desarrollo Social
(Sedesol), y la beca de estudios que recibía Fortino se perdió al egresar de
primaria.
“Las
autoridades no nos cumplen”, suelta con rabia.
En el pequeño cuarto hay ropa almacenada, trastes sucios y pocas pertenencias, pero sobre la mesa hay una pieza de pan “de bolitas” que servirá para mitigar el hambre.
Postrado sobre la puerta con sus pantalones deportivos manchados por la tierra, Fortino escucha atento a su abuela y madre de crianza.
“Yo
quiero trabajar para ayudarle”, dice como implorando y remacha: “Las
autoridades no nos cumplen, por eso no les pido nada”.
Y
es cierto, hace unas horas, el muchacho remojaba su pie derecho en agua, pues
los zapatos de lona que usa sin calcetas le quemaron la planta: “No hay dinero
para llevarlo al médico”, aclara la abuela.
Pero
Bertha sigue firme y mientras Dios le permita seguir viviendo, hará hasta lo
imposible para que su nieto siga estudiando.
“No
nos vamos a dejar, hay que salir adelante, es lo que yo le digo todos los días
a Fortino que mientras yo pueda lo voy a seguir apoyando porque tiene que
estudiar”, expresa.
Doña
Bertha, antes de despedirse, toma dos cubetas para dirigirse con sus vecinos a
acarrear agua, y afirma que no le sorprende que cada día haya más pobres en
México, porque ni las autoridades ni los ciudadanos se atreven a verlos para
ayudarles.
Su
máximo anhelo es que alguna alma caritativa los voltee a ver, pero no con
lastima ni con morbo, sino con la idea de que se trata de dos seres humanos que
buscan salir adelante.