En una cárcel del estado de Texas, allá en la Unión
Norteamericana, la tarde de ayer fue ejecutado -¿o asesinado?-, un mexicano más
de muchos que aún están en el patíbulo, esperando su óbito.
Ramiro Hernández
Llanas fue el desafortunado connacional que ayer sucumbió no sólo ante la
inyección letal que le fue aplicada, sino también ante la discriminación, abuso
y prepotencia de una nación que se auto-ejerce como la policía del planeta.
No sé porque hago asociación de ideas al venir a mi mente
el caso tan afamado de la francesa Florence
Cassez a quien por “tecnicismos legales”, al tronado de dedos del gobierno francés
al de Peña Nieto, de inmediato fue
soltada.
Con estadistas muy reales, aunque en muchos países el uso
indiscriminado de la Pena de Muerte como castigo a criminales considerados de
alta peligrosidad, no ha sido un acto disuasivo de ninguna manera que tenga un
impacto que inhiba al delincuente a no serlo, se evidencia que más que un acto
de justicia, se parece más a uno de venganza, lo que como colofón queda en
asesinato.
Qué curioso, el Gobernador de Texas debe sentirse como una
especie de dios terrenal, ya que en sus manos está la decisión de mantener o
quitar una vida humana.
Por último para terminar esta parrafada, y parafraseando
a mi estimado amigo el profesor Alejandro
Ramírez Cisneros, me quedo peripatético,
anonadado y culisóplido por la “enérgica protesta” derivada de tal
acto por parte del gobierno estadunidense. La mentada protesta en el tono que
vaya y sobre todo originada del gobierno mexicano tan arrastrado, abyecto y
espurio, los gringos se la pasan por los güevos y se limpian el “zufiate” con
ella (perdón por el exabrupto). He dicho.