Ventura Cota borbón
“Digas lo que
digas, escribas lo que escribas, no voy a cambiar mi percepción y fe en ese
gran hombre, Juan pablo II”, me reclamó ayer mi hermana mayor, en
referencia a los comentarios expresados en ese tema por este trasunto de
periodista, tanto en mis columnas como en pláticas familiares.
No pretendo, le dije, cambiar tu fe ni la de nadie, simplemente
escribo y digo reflexiones basado en lo que leo, veo y escucho con referencia a
Karol Wojtyla, (Juan Pablo II) y le
guste o no a alguien en particular, es un derecho que me asiste. No sé si estoy
bien o mal, pero insisto, es mi derecho.
Aunque ya una vez me había hecho el propósito de no
hablar ni de religión, ni de política, mucho menos del Ejército mexicano,
porque siempre sale uno raspado, es menester tocar el tema debido a que este
domingo y posiblemente a estas horas de la mañana (10:25 tiempo local de mi natal
Guaymas, México) el Papa mencionado líneas antes, ya sea un santo más de los
miles que abarrotan el calendario.
Y que conste que no juzgo, tampoco radicalizo mi postura,
mucho menos me dejo llevar por sentimientos “mundanos” propios de “pecadores”
-favor de leer con interpretación sarcástica-, pero sin erigirme en un
inquisidor decimonónico, así como hay millones de personas que se congratulan
con la canonización del pontífice fallecido, también los hay y en millones que
se oponen a que se le dé ese trato.
La polémica más grande que ha surgido con respecto a que
Juan Pablo II sea convertido en un santo, es que lo asocian de modo muy cercano
a Marcial Maciel, líder de los
Legionarios de Cristo, secta que según conocedores del tema, usó de modo deliberado
para saciar sus instintos sexuales en infantes que hoy la mayoría de ellos,
siguen sin recibir justicia por esos actos aberrantes.
Gente de la propia autodenominada santa sede (con
minúsculas), investigadores serios y hasta colaboradores muy cercanos al papa
de la polémica, han dicho que éste –Juan pablo II-, sabía desde hace muchos
años, incluso antes que él mismo ordenara la investigación del caso, que el
señor Maciel era proclive a la pederastia. Aun así, el “santo” Papa, lo encubrió
y el Vaticano, por asuntos netamente políticos y de exención, llevó a cabo la
ceremonia de marras.
No sé si Juan Pablo II merezca ser subido a un altar, eso,
además de ser decisión unilateral de una institución, que lo juzgue la historia
y sus seguidores, yo por mi parte no puedo creer más que en un Dios
Todopoderoso y en el Cristo sacrificado, ¡ah y en la virgen guadalupana!
Ya para terminar quiero trascribir la respuesta que di a
la pregunta elaborada precisamente el día de ayer vía Facebook a un excelente
colega y amigo personal: ¿Por qué le tienes tanta rabia a Juan Pablo II? “¿Rabía? Rabia y odio le tienen quienes
fueron perjudicados por su omisión. Los miles de niños violados por su
protegido. La realidad lo arropa amigo mío y avalar su conducta, te hace
cómplice de su crimen”.
Ni modo, hablar sobre religión, política y el Ejército
mexicano, insisto, a veces resulta contraproducente por la intolerancia que hay
a debatir sobre esos temas. Gana el fanatismo y ahí sí, la rabia. Y quiero
enfatizar que mi escrito no tiene la intención de desdecir a nadie sobre la fe
que profesa, sí la de expresar la indignación personal y exhibir la hipocresía
de quienes creen que mean agua bendita. He dicho.