miércoles, 26 de junio de 2013

Hombre de poca fe

Ventura Cota Borbón
Todo mundo, sin excepción hemos pasado situaciones que una vez superadas y miradas desde otra perspectiva las apreciamos como incidentes que en su momento nos hicieron dudar de muchas cosas, entre ellas de la presencia divina en nuestro corazón.

Precisamente, cuando quien esto pergeña vivió en carne propia algo de lo que menciono, hubo un buen amigo quien escribió algo que me hizo en su momento reflexionar: “Ventura, aunque digas que eres un ateo recalcitrante, no sabes cuán grande es tu fe en Dios. No te sueltes de Él y sigue buscando la vida…”. Esas palabras salieron del profesor Alejandro Ramírez Cisneros y fueron el detonante que me hizo empezar a salir del marasmo.

Esa crisis –por fortuna ya dejándola en el pasado-, sirvió además para poder meter casi de modo involuntario, en la criba y conservar a quienes realmente son amigos. Pude comprobar la falsedad de aquéllos fariseos que con su mano extendida pero con su corazón cerrado, ofrecían ser amigos y en los hechos resultaron unos viles falsarios.

Y qué curioso, de todos los frutos que tenía el árbol, sólo quedaron unos pocos que alimentaron mi esperanza. Mencionarlos sería irresponsable de mi parte porque dejaría en el injusto olvido a alguien, sin embargo debo destacar que en esos momentos de ingente incertidumbre, además del estimado profesor Ramírez, estuvo a mi lado Norma Castro y su esposo Eligio; el profesor Rubén Acosta, Javier Ballesteros, los profesores Torreblanca y Méndez, Noé Cabrales, mis compañeros de trabajo Lupita y Fernando, naturalmente mi familia que nunca me ha dejado de la mano y el principal, tarde lo entendí: Dios, el Hacedor del Universo.

Una “diosidencia”: Lupita, mi compañera de trabajo, testigo de mi larga batalla contra el sino, puso en mis manos un papel cuyo contenido fue una especie de “despertar” (Al final de este escrito lo comparto íntegro). Cuando más ocupaba esas palabras, llegaron de modo oportuno. No me apena mencionarlo porque muchas veces necesitamos ser sacudidos para poder darnos cuenta que la mano de Dios aunque a veces nos parezca injusta, realmente es un bálsamo.

En fin, no quiero atribularlos más con mis lamentaciones, sólo quise hacer hincapié en que muchas veces cuando el camino nos parece largo, sinuoso y oscuro, es que en realidad la luz está muy cerca y la cruz que creemos muy pesada, se vuelve livianita. Todo es cuestión de actitud y mucha fe. Sobre todo esto último: FE.

PD El problema no se ha terminado del todo, pero hoy lo vemos con otros ojos y éste poco a poco va cediendo.

Acápite:
La oración que Lupita puso en mis manos

¡Jesús, en ti confío!
¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Déjame el cuidado de todas tus cosas y te irá mejor. Cuando te abandones en mí, todo se resolverá con tranquilidad, según mis designios.

No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos, mejor cierra los ojos del alma y dime con calma: ¡Jesús, en ti confío!

Evita las preocupaciones, angustias y los problemas sobre lo que pueda suceder después. No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.

Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro. Dime con frecuencia: ¡Jesús, en ti confío!

Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas, y querer resolver las cosas a tu manera.

Por eso cuando me digas: ¡Jesús, en ti confío! no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, yo te amo.

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando, cierra los ojos del alma y continúa diciendo a toda hora: ¡Jesús, en ti confío!

Necesito las manos libres para poder obrar, no me ates con tus preocupaciones inútiles; Satanás eso quiere: agitarte, angustiarte, arrebatarte la paz. Confía sólo en mí, abandónate en mí, así que no te preocupes, echa en mí todas tus angustias y vive tranquilamente.

Dime siempre: ¡Jesús, en ti confío! y presenciarás grandes milagros. Te lo prometo...