Jesús Susarrey
Nadie puede negar la prudencia
y la congruencia con la que la Gobernadora se ha referido a las expectativas de
su gobierno. En todos los temas ha reiterado su visión futura pero con humildad
ha señalado que en ciertos temas las rutas y metas no están aún definidas. No
puede decirse lo mismo de diversas opiniones y comentarios que parece que
atribuyen a sus ideas y expresiones, incluso a su persona, cualidades mágicas
para transformar la realidad.
Desde luego que como en todo
proyecto, el peso del liderazgo es fundamental, la Gobernadora ha acreditado
esa capacidad, pero sabemos que no es suficiente para resolver la problemática
a la que se enfrenta su gobierno. Las políticas públicas se definen en función
de las demandas de la sociedad pero las procesan instituciones que operan en
dimensiones jurídicas, técnicas, presupuestales y consensuales.
Las falsas expectativas del triunfalismo y la adulación
Por elemental, no debiera ser
necesario anotar lo anterior pero es útil para dimensionar la irresponsabilidad
de las posturas simplistas, algunas por candidez y demagogia, otras por
adulación e interés particular, pero generan expectativas que en poco ayudan a
enfrentar los retos del nuevo gobierno. Los despropósitos vienen tanto de la
sociedad política como de la civil, e incluso de las estructuras de
gobierno.
No se juzga el ánimo y la
actitud positiva, se señala por ejemplo la falacia de dar por sentado que la
reciente creación de la fiscalía anticorrupción eliminará por si misma ese
complejo y añejo problema. La nueva legislación y el nuevo marco institucional
tiene que ser acoplados a la normatividad estatal y federal y tendrá que
aterrizarse en su dimensión operativa. Esas tareas no serán concluidas en el
plazo inmediato.
En desarrollo económico, la
sólida relación del la Gobernadora con funcionarios y legisladores federales y
el interés electoral-partidista por buenos resultados en sus gobiernos, sirven
de argumento para suponer que se traducirá en apoyos que reactivarán el
crecimiento. Los factores son importantes desde luego pero no garantizan
resultados, el entorno nacional e internacional demanda una estrategia
específica y precisión técnica para detectar las variables estratégicas
preponderantes y definir la ruta a seguir.
En casi todas las áreas de
gobierno se construyen narrativas similares y como cada seis años, rondan las
oficinas públicas asesores en todas las disciplinas y recetas que incluso han
demostrado su inutilidad. La sensación es que sin respeto alguno suponen que el
gabinete no tiene la pericia suficiente para enfrentar los retos.
Hay casos en los que la duda es
razonable pero a escasos días y sin que se presenten aún los planes a
desarrollar y las estrategias correspondientes, es ocioso valorar su actuación.
Ni el gastado recurso de vaticinar el fracaso del proyecto por sus perfiles y
trayectorias, ni el adulador triunfalismo que se basa en ellos puede
sustentarse por ahora.
La anti-institucional añoranza por el caudillismo y el mesianismo
Tal visión es finalmente anti-
institucional. Los poderes públicos son un compuesto institucional de normas
jurídicas, procedimentales y estructuras operacionales que requieren de
políticas públicas y personas adecuadas, no de héroes. Se advierte en esas
posturas añoranza por el viejo caudillismo y simpatía por el renovado
mesianismo que supone que en la mente y la voluntad del líder está la solución
a todos los males. Algo hay también de manipulación, de pereza mental y del
obscuro interés particular.
El gobierno honesto y eficaz
anunciado recoge atinadamente un anhelo mayoritario y está lejos de ser una
ocurrencia, pero su instrumentación implica un verdadero proyecto de
transformación de las estructuras y procesos de la esfera pública y de la
manera en que se relaciona con la sociedad.
Las experiencias exitosas
apuntan a que es necesario confrontar esa visión de futuro, las ideas y los
compromisos con las restricciones que impone la realidad, definir una agenda
estratégica y alinear la cultura organizacional a los principios de ética y
responsabilidad política que definió muy puntualmente la Gobernadora. Se trata
de construir una democracia de resultados en lugar de los fallidos modelos de
gobierno sexenales de popularidad efímera y cuentas deficientes.
El reto de su gabinete es
enorme, los propósitos que ha expuesto no dejan lugar para la improvisación y
la simulación, les exige “el conocimiento y el dominio de los medios que
permiten alcanzar las metas y la felicidad del pueblo” para decirlo en el
lenguaje de los fundadores de la democracia norteamericana. Se acabaron los
“amiguismos” les advirtió con firmeza la Gobernadora.
El imperio de la razón, de la
Ley y de la eficacia. Nada que ver con el “pensamiento mágico” del
voluntarismo; con la demagogia del populismo y la exageración del adulador.