sábado, 29 de agosto de 2015

El antipartidismo: con la vista en el pasado

Por Jesús Susarrey
Cierto que nuestra democracia está aún lejos de estar consolidada pero es paradójico que en la medida en que se avanza, surgen también despropósitos que generan la sensación de retroceso. En la ruta de la impostergable modernización del sistema de partidos se perciben algunos de ellos. 

Es innegable que hoy, con todo e imperfecciones, el sistema electoral  permite que la ciudadanía a través del voto decida en quienes deposita los poderes públicos. Puede alternar partidos – en Sonora llevamos dos- e incluso elegir a candidatos no postulados por ellos o crear o apoyar  nuevas opciones. La libertad de expresión es cada vez más robusta y la ineptitud e improbidad pueden ser exhibidos públicamente con relativa facilidad.  Soberanía  y pluralismo son simplemente una realidad.

Es incuestionable que esas libertades políticas se han afirmado, pero es de todos conocido que mientras no se avance en la democratización interna y la cohesión de los partidos, los canales de acceso al poder seguirán siendo disfuncionales. Sin embargo, el imperativo y la urgencia no parece comprenderse del todo y por todos.

El proceso de renovación de las dirigencias de los tres partidos mayoritarios PRI-PAN-PRD que concentran poco a más del 60% del electorado, ha generado posturas intransigentes que parecen evidenciar  falta de compromiso con la democracia y un activismo político disfrazado de análisis crítico que no aterriza en la verdad.

El antipartidismo. Simplismos y generalizaciones sobre el pasado
Los argumentos  “ad hominem”, - contra el hombre- aquellos que intentan desacreditar y descalificar a la persona para invalidar sus afirmaciones, están en la orden del día .Nada de análisis ni contraargumentos, nada de diálogo político. Lapidar la imagen denostando con simplismos y generalizaciones sobre antiguas militancias y trayectorias políticas es la tarea. 

Se comprende el escepticismo hacia el PRI y el temor a la ya improbable restauración del sistema de partido hegemónico, lo incomprensible es que sin argumentos y con falacias se afirme que la presidencia del diputadoManlio Fabio Beltrones tiene esa misión y que su oferta es engañosa. Con un reduccionismo ramplón se extraen  diversos sucesos y etapas de su biografía para desacreditar su programa sin analizar su razonabilidad y se rehúye al necesario diálogo político. 

Su propuesta de modernizar y abrir su partido a la sociedad y del diálogo plural para traducir la política en buen gobierno no merecen consideración y debate. Simplemente se descartan por venir de la trinchera del nuevo dirigente. Para esa inventada sabiduría, es irrelevante que se proponga transparentar el patrimonio de sus candidatos, los procedimientos de consulta hasta nivel municipal y traducir las reformas constitucionales en beneficios concretos.

Vale precisar que no se sugiere que el liderazgo y los propósitos del dirigente sean incuestionables o que garanticen modernización, ello dependerá de su desempeño. El problema es que las descalificaciones, no aportan a la urgente deliberación pública y evidencia que aún hay quienes aceptan el pluralismo político siempre y cuando no implique responsabilidad por lo que se dice y abone a su causa El sinsentido se magnifica porque electoralmente es el partido mayoritario. La postura tiene tintes de intolerancia y mesianismo, equivale a considerar que la militancia y simpatizantes priistas no tienen la capacidad para discernir sus conveniencias políticas.  

El caso del PAN y del PRD es similar, en contextos diferentes desde luego. A Ricardo Anaya se le descalifica por su pasado maderista y por el insólito “inconveniente” de cohabitar con consejeros y gobiernos heredados de la ex dirigencia. Poco importan sus propuestas para recuperar “el alma” de su partido, su trayectoria las invalida. De nada sirve su discurso reivindicador de la tradición democrática, en la óptica de sus críticos su trayectoria indica que el continuismo maderista es el destino.  

El PRD aún no define su dirigencia y las descalificaciones a sus posibles liderazgos ya están presentes. Ningún grupo ni propuesta programática y política son dignas de crédito. Los errores pasados no merecen rectificación, menos el perdón, no hay construcción posible. El dilema perredista no termina de resolverse.

La misión purificadora del antipartidismo
La paradoja es que ahora que se ha asentado la competitividad partidista y que sus dirigencias pretenden modernizar sus procesos y estructuras para responder a la exigencia ciudadana,  haya quienes pretendan obstruirlas con un ánimo “purificador”, a veces ajeno a las militancias y anclado en el pasado, que no llama a corregir rumbos sino a neutralizar liderazgos. Limpiar impurezas del pasado e iniciar la democratización sobre una hoja en blanco describe su idealismo.

Hay mucho de ingenuidad en el despropósito. Olvida que en la pluralidad democrática, quien aspira al poder tiene que saber convocarlo y para obtenerlo tiene que negociar, convencer y asumir compromiso, es el mérito de los nuevos liderazgos. Para lograrlo se alejaron del discurso del demagogo que trata de conmover  y  de la antiinstitucionalidad del caudillo que se pone por encima de la militancia. Capacidad de negociación y representatividad política fueron los ingredientes. Lo cierto es que su convocatoria fue exitosa y que la pulsión purificadora no tiene buen pronóstico.

Si Adolfo Suarez convocó a todas las fuerzas políticas españolas a pensar en el mañana y escribir conjuntamente un futuro compartido, quizá sea útil para algunos activistas reflexionar sobre la conveniencia de dejar de poner la vista en el pasado.

El apoyo y la exigencia a las nuevas dirigencias para que cumplan sus promesas de modernización, no sólo fortalecerían el sistema de partidos, tal vez eviten en el futuro próximo la instalación de una nueva forma de poder irresponsable o autoritario con máscara de democrático.