sábado, 29 de marzo de 2014

Simplemente tres cosas nada más...

Festival Edmundo Valadés
La tarde noche de ayer viernes culminó con buen éxito el II Festival Edmundo Valadés, en el cual durante tres días (26, 27 y 28 de marzo) hubo presentación de excelente literatura y música de gran nivel.

Fue el pasado miércoles en el Instituto Tecnológico de Guaymas, cuando Carlos Sánchez, periodista-locutor-escritor, presentó su novela “En el mar de tu nombre”, acompañando la parte musical el grupo de rock urbano “Rock Dumora”.

Ya para el jueves, en el Cet del Mar, tocó el turno a Teresa Manríquez y Guadalupe Gálvez presentar sus mini libros “Mujer en piezas” y “Libar”, respectivamente, cerrando el evento con un recital del cantautor Fausto León.
 
Carlos Sánchez y yo
Y ayer viernes, en el ITSON, Jeff Durango, presentó su libro “Como si lo que fuera a ocurrir te trajera de nuevo a mí”. Aquí, la parte musical corrió a cargo del grupo “Huaje Colectivo”, quien “prendió” a la chamacada ahí presente.


“Esta mañana, al salir rumbo a Guaymas, lo primero que escuchamos en Radio Sonora fue el suicidio de un joven de esta puerto. La lectura es el antídoto de estos desafortunados eventos. De hecho, mis escritos van firmados con el seudónimo de Jeff Durango, un gran amigo personal que se suicidó y en su honor, escribo con su nombre”, dijo Raúl Acevedo Savín, el autor del libro presentado.

Sin duda un éxito que esperemos se repita el año que entra y por supuesto con todas las ganas que le mete Pina Saucedo, no dudamos que así será.

Daniel Guillermo
Ayer estuve en el BANAMEX y mientras esperaba turno para hablar con una gestora del AFORE, sostuve interesante plática con Daniel Guillermo, un niño de cuatro años de edad quien al lado de su mamá, esperaba impacientemente jugueteando y charlando conmigo.

¡Qué bárbaro! Los nenes de hoy son demasiado `despiertos`, acusan una aguda inteligencia. Francamente me sorprendió. Lo que platicamos parecía que fuera entre dos adultos. La mamá sólo sonreía ante las ocurrencias de Daniel Guillermo.

Cuando le pregunté dónde trabaja tu papi, me respondió muy naturalmente mientras brincaba del sillón al piso: “Mi papi ya se fue al cielo. Pero todos los días viene y platica conmigo…”.

Volteé a ver a su mamá y sin decir palabra asintiendo con la mirada, me confirmó que efectivamente lo dicho por el niño era verdad.

En fin, fue grato platicar con alguien que a su edad tiene una madurez propia de un adulto. Me recordó a mi hijo Ventura, quien también fue muy precoz e inteligente en ese aspecto.

La fila de hormigas
Yo también fui niño alguna vez y por ende travieso.

En el fondo del patio de la casa de mis padres allá por la calle diez estaba un tocón de lo que alguna vez fue un enorme pino. Y allí me gustaba jugar casi siempre.

En ese lugar había toda clase de animales –cuéntome entre ellos y a mis hermanos también-, y siempre veía una fila de hormigas de esa negras cabronas que cuando pican parece que te inyectan ácido.

Pues bien, una vez en esa fila que les menciono miré que la lideresa llevaba un hueso de pollo. Para el tamaño de los formícidos, el hueso era enorme. Aun así, entre dos o tres sobre sus lomos, lo llevaban.

Cuando hubieron recorrido una distancia aproximada de medio metro –tardaron más o menos veinte minutos-, éste cabrón, o sea yo, le quitaba el huesito y lo dejaba en el lugar donde anteriormente lo habían tomado: medio metro atrás. Eso nunca desanimaba a los insectos, quienes de nuevo emprendían la tarea de llevarlo a su nido.

Esa mala acción se repitió muchas veces en el transcurso de mi niñez. Hoy entiendo el ahínco de esos animalitos, algo que muchas veces nos hace falta a los humanos. He dicho.