jueves, 13 de marzo de 2014

Comedor para niños rarámuris, a punto de cerrar

Daniela Rea/ Animal político             
Clavado en los bordes de Ciudad Juárez, donde los caminos son de tierra y las esquinas narran las muertes de la guerra contra el narco, existe un comedor comunitario que alimenta a niños rarámuris antes de ir a la escuela. Hoy, este lugar está a punto de cerrar por falta de recursos económicos.

Si eso ocurre, no sólo cerraría el comedor, también la oportunidad que se abrió para que los niños puedan aprender en la escuela.

Desde hace 15 años, cada mañana este lugar abre las puertas a unos 80 niños de entre 3 y 12 años, quienes acuden por su plato de comida caliente, para muchos el único que tendrán en todo el día. Cada plato caliente servido a los niños tiene un costo equivalente a 20 pesos, por lo que al mes se necesitan 8 mil pesos para mantenerlo.

“Desde que comenzamos con el comedor damos de comer a los niños de lunes  a viernes, con alimentos que nutren y llenan, por esa razón nos preocupa tanto el no tener apoyo para continuar con desayunos, porque muchos de ellos dejarían de comer nutritivo”, dice Rosalinda Guadalajara, segunda gobernadora de la comunidad rarámuri en Ciudad Juárez, quien además asegura que ninguno de estos niños es beneficiario de la Cruzada contra el Hambre impulsada por el gobierno federal.

Hace 15 años, los papás de esta comunidad rarámuri, clavada en los bordes de Ciudad Juárez, se juntaron para hacer un comedor comunitario dónde alimentar a los niños antes de clases.

La inquietud la sembró el maestro de la escuela a donde iban, luego de regañarlos porque los niños se dormían, tenían dolores de cabeza o de plano no aprendían nada en el salón.

“El comedor se hizo porque muchos de los papás no tenían qué ofrecer antes de ir a la escuela, no daban desayuno porque no tenían recursos, no tenían qué dar, entonces los profes se quejaron de niños que no aprendían, que se quedaban dormidos, que muchos dolía la cabeza, dolía estómago. Entonces los papás preguntaron que qué se debía eso y vieron que era porque no desayunaban”, cuenta Rosalinda.

“Y en estos años ha funcionado, nos ha traído mejor, los niños han aprendido más, han ido a estudiar a la escuela, aprenden a lavarse cara, dientes, manos, a estar sanos, los hemos visto más contentos porque vienen temprano, el desayuno se sirve a las 7, pero desde antes ya están aquí”.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), uno de cada 5 habitantes de Ciudad Juárez padece pobreza extrema, es decir, no tiene dinero suficiente para satisfacer sus necesidades de alimentación. Además, casi el 40% de la población padece pobreza general, ubicando al municipio fronterizo en el sexto a nivel nacional con mayor número de pobres.

Antes que existiera el comedor, las mamás rarámuris se turnaban y cada día una recibía a los hijos de las otras que llegaban a sus casas con plato y vaso, con la barriga vacía por haberse ido una noche antes a dormir sin cenar.  Por la falta de espacio, los niños comían en la calle y no faltaba el que tiraba su plato o el que era víctima de un perro hambriento que le robaba el desayuno.

Luego, las familias consiguieron apoyo para construir un cuarto y dejar de fijo el comedor, se organizaron en equipos de tres y cada día, desde entonces, llegan antes de que amanezca a preparar el desayuno caliente para los niños de 70 familias.

Durante este tiempo el comedor ha logrado sobrevivir con donaciones voluntarias y trabajo voluntario de la comunidad rarámuri, pero en el 2011 estuvo a punto de cerrarse.

Entonces, con la estrategia “Todos Somos Juárez” operando en la ciudad, se solicitó apoyo al secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix, quien los canalizó con la delegación y respondió que la única forma de apoyarlos era a través de los programas de la propia dependencia, y como ninguno encajaba con el proyecto, no se le dieron recursos.

“Nadie vino a apoyar de ninguna asociación, los del gobierno dijeron que no podían porque no había programa social, los que nos han apoyado son gente, hicimos publicidad y todo eso y la gente donó”, relata Rosalinda.