MÉXICO, D.F. (Proceso).- Carlos Cuauhtémoc Sánchez lo
sabe: hay que leer para superarse. Los jugadores del equipo de futbol Barcelona
también recomiendan esta práctica para ser “más audaces, más grandes”. Y las
porristas de los 49 de San Francisco lo sugieren al ritmo de sus pompones:
“Diviértete en cualquier lugar leyendo 20 minutos al día”.
El Consejo para la Comunicación, integrado por empresas
tan éticas como Disney, Televisa y Coca Cola, cumplió cuatro años con su
campaña Diviértete Leyendo, que ha tenido como voceros a intelectuales de la
talla de Yordi Rosado, José Sulaimán, K-Paz de la Sierra y Margarita “La Diosa
de la Cumbia”.
El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky analiza
en su ensayo “La felicidad paradójica” las razones que acercan a la mayoría de
la población a los textos de recetas milagrosas, a tono con el discurso del
Consejo para la Comunicación: “Es indudable que los neolectores buscan en los
libros de sabiduría vías que puedan acercarles a la felicidad, pero la quieren
con facilidades, cómodamente, enseguida, sin esfuerzos de voluntad”.
Si bien no pocas de las figuras de la campaña del Consejo
para la Comunicación representan un mundo ajeno a la literatura y muchos de sus
carteles son tan artificiales como una telenovela del Canal de las Estrellas,
en ocasiones un bestseller “malo” para los valores de la intelectualidad puede
significar en algunas personas la puerta de entrada a un mundo más amplio.
En 1985, la etnóloga francesa Joelle Bahloul emprendió un
estudio sociológico sobre “los pocos lectores”, entendiendo por este concepto a
aquellas personas que no leen más de nueve libros al año. El Fondo de Cultura
Económica reeditó el libro en 2002. La obra se ha convertido en un referente
para entender el fenómeno de la escasez de lectores.
De entrada, el estudio advierte que el sistema escolar es
el principal enemigo de la lectura. “Si bien la escuela difunde datos acerca de
los libros, éstos casi nunca son capitalizados por nuestros ‘pocos lectores’
(…) La información adquirida en la escuela no estimula la lectura; permite la
acumulación sumaria de conocimientos –nombres de autores o títulos de libros,
cuando mucho-, pero nunca la constitución de un conocimiento que conduzca a
elegir (contenido, estilo, temática del libro). Incluso los lectores de origen
social más elevado y más cercanos a los valores de la cultura dominante, o sea
aquellos que generalmente están en un escenario de lectura decreciente, muy
pocas veces recurren a los conocimientos adquiridos en la escuela; a lo sumo,
podrían releer las obras conservadas desde su adolescencia, pero estas lecturas
casi nunca se afirmarán como descubrimientos que lleven a la apertura de nuevos
horizontes literarios”.
Los “poco lectores”, cita la obra, se acercan a la
literatura gracias a la televisión, primordialmente, así como a los estantes de
los centros comerciales y las recomendaciones de familia y amigos. Debido a la
escasez de tiempo, las múltiples obligaciones laborales y familiares, y su poca
cercanía con los llamados “círculos cultos”, este sector poblacional tiende a
consumir primordialmente revistas y artículos que le resulten útiles a lo
inmediato. No obstante, se acercan a la literatura cuando la promocionan los medios
masivos de la comunicación. “La televisión no es, por tanto, la rival
sistemática de la lectura, podríamos incluso preguntarnos si no es a veces un
auxiliar para las prácticas de lectura de poco alcance”, sugiere Bahloul.
Es irrefutable que los niveles de lectura en México son
desesperanzadores. Según la Encuesta Nacional de Lectura 2012, sólo 46 por
ciento de los mexicanos dicen leer y nuestro país ocupa el lugar 107 en índice
de lectura de 108 naciones estudiadas por la Unesco. El promedio de lectura en
México es de 2.9 obras por año. Seguramente de algo ayudarán las campañas
Diviértete leyendo y Leer Más, del Consejo de la Comunicación, que suman tres y
cuatro años consecutivos, respectivamente. Sin embargo, el discurso de esta
propaganda está más ligado a los valores del consumo (no olvidar que este
organismo está patrocinado por las clásicas empresas del libre mercado) que al
espíritu libre, lúdico y contestatario de la literatura.
Leer veinte minutos, meditar quince, comer diez frutas y
verduras al día, darle un abrazo a nuestros seres queridos, practicar yoga,
tener un día familiar a la semana y correr los domingos. Ser exitoso en el
trabajo, en lo económico, en lo deportivo y en el amor. El súper hombre ahogado
en su traje de competidor.
El poeta y ensayista quintanarroense Juan Domingo
Argüelles en su obra “Estás leyendo… ¿y no lees?” advierte de lo equivocado del
contenido de las campañas para promover la lectura:
“(…) Las razones que damos para leer son, muchas de
ellas, falsas, mentirosas de antemano. No sirven hoy porque nunca han servido.
Son los peores argumentos que podemos presentarles a las personas que se
inician en la lectura, sean niños, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos.
“Les decimos, por ejemplo, que la lectura los hará ‘importantes’.
Y esto, además de falso, no es atractivo para todo el mundo. ¿A qué tipo de
niño queremos convencer con esta sandez? Y es, por lo demás, un argumento falso
porque en el mundo abundan las personas ‘importantes’ que no sólo no leen
libros, sino que, por si fuera poco, se muestran orgullosos de no haberlos
necesitado para hacerse ‘importantes’.
Que las grandes empresas erijan el asta bandera de la
lectura degrada esta práctica a la hipócrita caridad del capitalismo, ese que
con una mano contamina el agua y con la otra promueve una campaña contra el
cáncer. Las compañías privadas disfrazadas de benefactores culturales son un
reflejo de la debilitación del Estado y de la endeble silueta de la sociedad
civil.
Mientras tanto, esta y muchas campañas similares se
instalan en los medios masivos de comunicación, asimilándose irreflexivamente
por los espectadores. Podríamos preguntarnos: ¿Qué es mejor? ¿Una generación
que no lee o una generación que devore los textos de Carlos Cuauhtémoc Sánchez
y Yordi Rosado? Como sea, la voraz iniciativa privada con mayor fuerza se
entromete, controla y evangeliza a la población con sus etéreos valores de
plástico.