lunes, 19 de mayo de 2008

Mesón de Jesús: 21 años alimentando...

Por Staff de Sin Límite Avante

El Mesón de Jesús, bondad en la mesa

Hoy 19 de mayo se cumplen 21 años de que surgió esta institución para dar de comer a a quellos que lo necesitan y sin pedir nada a cambio...
Llegan de todas partes, silenciosos, sin más carga que su hambre porque vienen a saciarla, ahí en el Mesón de Jesús donde la caridad se sirve a diario y en la mesa.

El hambre que estremece la panza, el hambre como necesidad suprema aquí se desvanece ante un plato de comida caliente, sin saber quién eres ni de dónde vienes. Eres un hermano, es lo que importa.

“¿Por qué lo hacemos? En la medida que das, es como recibes. No queremos quedar bien con nadie sino con nosotros mismos”, dice Jesús Morales Vázquez, coordinador de actividades en este recinto de bondad.

Al Mesón de Jesús, uno de los programas aplicados por la Casa Franciscana en eso de amar al prójimo, llegan familias enteras, trabajadores, indigentes, viajeros, hombres, mujeres y niños.
Sólo un requisito franquea la entrada y el servicio: Tener hambre.

Y ahí encuentran alimento, todos los días del año. No hay reposo. “Decía el padre Martín Gates, el descanso es bonito pero el hambre no descansa”, recuerda Morales Vázquez.

Fundado el 19 de mayo de 1987, el Mesón de Jesús alimenta y se alimenta de la generosidad. Es un trajinar constante desde el alba hasta caer la tarde para atender la gente.

Con un promedio de 155 mil comidas al año, desde el mediodía se atiborran las mesas de hambrientos, personas muchas de triste condición a quienes la vida ha volteado la espalda.

Aquí la gente come hasta que se sienta satisfecha, para muchos es su única comida diaria y vuelven a probar bocado hasta el mediodía siguiente, aquí mismo una y otra vez. Las señoras en la cocina se afanan, se multiplican en lavar los trastos, en mantener limpio el recinto cuyos pisos y paredes desprenden una blancura digna de hospital.

Para el mediodía, siempre al mediodía, empiezan a arribar los peregrinos en silencio, ordenados. Son recibidos por una gran imagen de Cristo: “Porque tuve hambre y me diste de comer”. Mateo 25:35.

Más de cuatrocientas personas recurren a la convocatoria de la bondad traducida en alimento generoso, en viandas calientes que nutren y perpetúan la vida de esta gente.

En el Mesón de Jesús piensan en todos, en los viajeros, en los trabajadores de los campos de labranza del Valle regional, en las mujeres indígenas que laboran en las plantas de camarón.
Fueron las recurrentes crisis económicas y la agravada situación de las condiciones de vida de la gente lo que motivó hace casi tres lustros la creación de este noble proyecto.

Los inicios

La idea fue concebida en 1987 por el padre Martín Gates y Sagrario del Carmen Ramírez Cisneros, apoyados por trece incansables colaboradoras de servicios para hacer realidad esta tarea.
El propósito, atender gratuitamente a todo aquel que tuviera hambre, sin importar edad, sexo, religión, procedencia ni estrato social. Aquí acude gente de todos lados.
La visión era atender a cincuenta personas, pero la necesidad superó las expectativas iniciales y pronto aumentaron los servicios a 150 comensales por día. Para 1991 los servicios promediaban para trescientas personas.
“Y ahora son más de cuatrocientos cincuenta servicios diarios, por fortuna nunca nos ha faltado qué dar a los hambrientos”, comenta Morales Vázquez.
De oficio soldador y ex empleado del astillero Conagusa, este vecino de la colonia Punta de Arena dice haber encontrado en esta labor una nueva motivación para vivir.
Antes de eso sus problemas con la bebida eran tan fuertes que su esposa lo invitó a unas pláticas ofrecidas en la Casa Franciscana. Dejó el alcohol para encontrarse con esta encomienda, tan necesaria para el espíritu.
“Para mí esto es una forma de sentirme pleno, de encontrarle sentido a la vida”, dice quien por momentos es interrumpido por uno que otro visitante que solicita algún favor.
Su voz aguardentosa es amable, trata con cariño a los menesterosos –mijito o mijita, les dice— y les da jabón, champú y hasta ropa para que se bañen y cambien ahí, en las instalaciones del mismo Mesón.
La labor de Jesús Morales se multiplica, cocina, limpia, coordina, sugiere, pide y recibe a los visitantes. La gente ya le conoce, saben dirigirse a él para lo que sea.
Pero aquí el trabajo colectivo es indispensable, la labor de todos cuenta y eso es lo importante.

Por eso aprecia en mucho a la jefa de cocina, Paolita López; a la ayudante Juventina Vicencio; a la encargada de limpieza Cirila Vázquez, a Carmen Vázquez que hace de lavatrastes y a Roberto Carlos López, que reparte la comida.

Es una organización completa para acordar el menú de cada día, según lo disponible y las necesidades que son de siempre:
La semana anterior fue de lunes con chilaquiles y frijoles; martes sopa y frijoles; miércoles caldo de pollo y arroz; jueves gallina pinta; viernes huevo con verdura y frijoles; sábado ensalada de atún y domingo salchicha, atole, frijoles y pan blanco.
Cada semana el menú varía. Eso sí, como atención adicional a la gente todos los días preparan agua fresca de frutas y postre, a veces con un pan de dulce.
No sólo se trata de darles de comer, igual se procura lo que nutra a los comensales y en diversificar los alimentos hasta donde se pueda, comenta el coordinador el Mesón de Jesús.
Sin presupuesto ni finanzas fijas, el organismo sobrevive a base de donativos de tortillerías, panaderías, pequeños empresarios y personas solidarias que obsequian huevos, verduras, leche y hasta dinero.
“Lo espiritual no existe, si no hay condiciones materiales ¿Verdad?”, comenta Morales Vázquez, de ojos cansados y nobleza en el mirar, que incansable anota en un cuaderno cada apoyo recibido.
Entre La Superior, La Flor de Jalisco y La Buena aportan 25 kilogramos diarios de tortillas; de Empalme José Luis Cruz les hace llegar una caja de huevos por mes; también el comercio Lucerito les dona frijol, azúcar, arroz.

Varias familias se apuntan con dinero en efectivo, lo mismo las fruterías y verdulerías; los carniceros y otros comerciantes del Mercado Municipal siempre se acuerdan de aportar su cuota de productos.

Necesidad constante

Aunque son muchos y constantes los apoyos, es tanta la necesidad de servicio a los hambrientos que muchas veces apenas alcanza. Pero nunca falta la providencia.
Cierta vez acudieron cinco pescadores al Mesón, desesperados por falta de ropa porque en pocos días iban a hacerse a la mar para la zafra del camarón. Aquí recibió cada uno un par de pantalones y camisas.
Semanas después la situación en el Mesón era crítica, con alacenas vacías y la situación era apremiante. Entonces llegó uno de aquellos hombres de mar con un costal lleno de pescado. Las mesas lucieron pletóricas.
Para Jesús Morales Vázquez la acción de dar y recibir es una enseñanza diaria. “Aquí vemos de todo”, dice.
Recuerda un caso que todavía le conmueve. A diario llegaba un niño de once años con su hermanita de seis. Siempre juntos, siempre hambrientos, siempre necesitados.
El niño atendía a su hermanita con extremos cuidados, como si fuera su propio padre se esmeraba en atenderla, en cuidar que comiera. Así varios días durante algunos meses.
Una tarde, sin embargo, el niño llegó presuroso y solicitó un servicio de comida para llevar. Salió de prisa para llevar la comida a su hermanita, ahí en la colonia Punta de Arena. El niño no comió.
Así lo hizo durante varios días, procurando el alimento para la niña sin darse tiempo para probar él mismo siquiera un bocado.
Hasta que Jesús lo atajó “¿Por qué sólo llevas comida a tu hermana y tú no comes?”, preguntó. “Es que se me hace tarde para ir a la escuela, me voy caminando hasta la Nicolás Bravo”, fue la respuesta.
La gente del Mesón de Jesús entendió que el niño debía atravesar media ciudad caminando hasta el plantel ubicado en la colonia Burócrata.
Y entendieron la gran magnitud del amor del pequeño por su hermana, que si él no podía alimentarse por falta de tiempo, nunca dejó padecer hambre a la niña.
Desde entonces hicieron una colecta para el camión del niño hasta la escuela y tuviera tiempo de comer. Así fue y sigue siendo. “Eso es amor, eso es fuerza de espíritu”, dice Jesús con voz conmovida.

El Octubre de todos

Para quien no lo conoce, la tarea cotidiana en el Mesón de Jesús podría ser siempre la misma. Pero no, aquí piensan en los que vienen a diario y en quién puede necesitarlos.
Por eso desde los primeros días de septiembre y los meses posteriores se mantiene abierto el lugar unas horas más tarde, en espera de unas comensales que, saben, llegan extenuadas y hambrientas.
Son las empacadoras de las plantas de mariscos provenientes de las comunidades yaquis. En el Mesón saben que muchas de ellas salen de sus viviendas desde las cuatro de la mañana, sin desayunar siquiera.
Vienen desde Bahía de Lobos, Las Guásimas, Pótam, Vícam y otras poblaciones hasta Guaymas, sin traer algún almuerzo consigo y pasan todo el día sin probar bocado.
Al término de sus jornadas, las hambrientas mujeres encuentran un oasis de bondades y atenciones aquí, donde les esperan con platos de comida caliente y aguas de frutas.
Pero las previsiones en el Mesón de Jesús inician prácticamente desde marzo, al tiempo que las crisis económicas recurrentes que padece el puerto por la escasa actividad pesquera que se prolonga hasta septiembre.
Para eso la Casa Franciscana creó el programa de colectas Octubre Franciscano, que consiste en recorrer todas las casas de Guaymas para solicitar donativos de la gente.
Con apoyo de voluntarios de escuelas, madres de familia y colaboradores, se aprovecha y honra el mes del santo patrono, San Francisco de Asís, promoviendo la caridad al prójimo traducido en la máxima de Mateo.
“Pensemos que cada producto alimenticio donado es para saciar el hambre de un hermano o hermana. Eso conforta a nuestros corazones, eso es vivir en Cristo”, expresa Jesús Morales.
Durante cada domingo del décimo mes del año tocarán en todas las viviendas para solicitar alimentos básicos no perecederos: frijol, arroz, aceite comestible, puré de tomate, pastas para sopa, entre otros.
También tocarán las puertas, esperando tocar el sentimiento de solidaridad de la gente, niños y jóvenes colaboradores de Casa Franciscana con botes sellados para recibir donaciones en efectivo.
Lo que sea puede servir, cualquier cosa es valiosa cuando se trata de ayudar a un necesitado. Y al Mesón de Jesús acuden cientos a diario, todos los días de todo el año.
Por eso abra usted las puertas de su casa a quienes piden donativos.
Tiéntese el corazón, hurgue en sus bolsillos y alacena, despójese de la indiferencia y aporte algo de lo suyo para saciar en poco lo mucho del hambre ajena.
Aporte lo suyo para perpetuar la labor del Mesón de Jesús, donde sirven la nobleza sobre la mesa a quienes consideran sus hermanos, los hermanos de todos.